Doce de la noche, espero esta hora cada día porque es la hora perfecta para pensarla, con pocas fuerzas para seguir haciéndolo, pero con ánimos para no dejar de hacerlo; También es la hora perfecta para disfrutar de un amargo cigarrillo (Acompañado de una noche amarga, claro está), de esos que deseas que se acaben rápido para ir a dormir, pero que dure toda una vida para seguir pensándola.
Una vez más, la luna y yo, nos complacemos mutuamente, con nuestras miradas fijas sobre el otro, nuestras caricias, mis suspiros, sus desaires y todos aquellos cigarrillos que has visto como se consumen por mi ventana, y sé, que aunque suene cliché, los dos estamos viendo la misma luna; pensándonos, se que lo haces, puedo notarlo dentro de mi cabeza, al finalizar cada trago que tomas para tratar de olvidarme, estás pensado en mi; soy tu veneno, y solo intentas ahogarme de tu memoria con alcohol, sin cigarros, porque después de tantos cigarrillos compartidos no sabrías si fumas por vicio o porque sabes que es una manera sutil y rápida de recordarme mientras acabas con tus pulmones y acortas tu vida un poco.
Al igual que la luna, desapareces cuándo despierto; Desapareces, literalmente, en un abrir y cerrar de ojos, despertando con ese sabor en la boca, a cigarrillo, a ti, a lo que pudo ser, a lo que la distancia mató.
Soy tus besos en mis labios, soy tu cariño en mi mejilla, soy lo que soy, lo que la luna se llevó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario